Traducido Por Sara Gutierrez, Editado Por Rodrigo Cáceres
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Hablar de cambiar las relaciones personales es una característica común de las sesiones de terapia. Un cambio directo en la experiencia individual de las relaciones es una característica común de las sesiones psicodélicas. ¿Cómo puede la terapia aprovechar este carácter directo? Centrándose en la relación entre el terapeuta y el paciente.
Los resultados positivos tanto de las experiencias psicodélicas como del tratamiento terapéutico dependen con frecuencia de los cambios en la experiencia individual de las relaciones. En un estudio sobre las percepciones de los pacientes sobre el valor de la psilocibina para aquellos diagnosticados con depresión resistente al tratamiento, Watts, et al. encontraron que el aumento de la conectividad era un mecanismo principal para mejorar el bienestar: después del tratamiento, muchos pacientes informaron que podían volver a conectarse con familiares, amigos, extraños e incluso personas que les habían hecho daño, identificando “un cambio desde la desconexión (de uno mismo, los demás y el mundo) a la conexión” como uno de los aspectos más valiosos del tratamiento.1 Al mismo tiempo, se piensa que la calidad de la conexión entre el terapeuta y el paciente (conocida como la “alianza terapéutica”) es uno de los aspectos más influyentes de la psicoterapia.2 A pesar de estos vínculos entre la experiencia intersubjetiva positiva y el bienestar, la mayoría de los métodos de terapia contemporáneos y, por lo tanto, la mayoría de las técnicas de terapia psicodélica, se centran en la experiencia subjetiva individual y evitan concentrar la atención sobre la “relación en la consulta”. En esta publicación, defendemos la psicoterapia relacional, con su enfoque en la conexión entre el terapeuta y el paciente, como un complemento prometedor del tratamiento psicodélico.
En la década de 1950, después de una serie de estudios sobre el LSD y el abuso crónico del alcohol, los médicos británicos Humphry Osmond y Ronald Sandison introdujeron los psicodélicos en la psiquiatría, sentando las bases para lo que luego se convertiría en las dos primeras formas de terapia psicodélica. Observando que algunos de sus pacientes solo parecían ser capaces de dejar de consumir alcohol después de intensos episodios alucinatorios de una condición relacionada con el alcohol llamada delirium tremens, Osmond infirió que una sola dosis alta de LSD también podría motivar a los pacientes a dejar el consumo.3 A finales de la década de 1960, Osmond y sus colegas habían tratado a más de 2000 pacientes con LSD, informando que el 40-45 % de los pacientes dejaron de beber sin recaídas durante el año siguiente.4 Mientras tanto, Sandison había estado realizando sus propios estudios usando LSD para tratar a pacientes con psicosis en el Hospital Powick en el Reino Unido, lo que llevó al establecimiento de una unidad de LSD especialmente diseñada en el lugar.5
Aunque el clima político y las restricciones legales de finales de los años 60 detuvieron los esfuerzos de Osmond y Sandison, sus respectivas formas de “terapia con LSD” sentaron las bases para las terapias psicodélicas que vemos hoy. El método de Osmond, llamado tratamiento psicodélico, implicaba una sola dosis alta destinada a provocar una experiencia mística/máxima, con poca psicoterapia ofrecida; El método de Sandison, llamado terapia psicolítica, implicaba dosis más bajas y se combinaba con el psicoanálisis, lo que reflejaba el estilo freudiano de la época (aunque Sandison a menudo seguía a Jung en su propio trabajo). Los pacientes de Osmond pasaron la mayor parte de la sesión en un sofá con antifaces; Sin embargo, a los pacientes de Sandison se les dieron tizas de colores y se les animó a capturar imágenes que surgían de su inconsciente en una pizarra. A finales de los 90 y principios de los 2000, cuando la investigación psicodélica comenzó a resurgir, una amplia gama de marcos psicoterapéuticos más allá del psicoanálisis habían evolucionado como posibles combinaciones para los psicodélicos, muchos de los cuales se postulan para desarrollar los métodos de Osmond y Sandison.
Las terapias cognitivo-conductuales de tercera generación que incluyen la terapia conductual dialéctica (TCD), la terapia de aceptación y compromiso (TAC) y Mindfulness ahora se han propuesto como marcos para mayor estudio junto con los psicodélicos.6 El enfoque de sistemas familiares internos (SFI) también se ha propuesto y se utiliza actualmente en programas de formación de terapeutas en organizaciones como MAPS.7 Otros modelos prometedores que surgen de la tercera generación incluyen combinaciones de terapia cognitiva conductual (TCC), transpersonal, somática, Mindfulness y terapias TAC. El modelo ACI (Aceptar, Conectar, Incorporar), una combinación de TCC y TCA, fue desarrollado por la psicóloga clínica Dra. Rosalind Watts y adoptado por el centro de retiro psicodélico Synthesis, con sede en los Países Bajos, y aparece en artículos de investigación de Watts y sus colegas.8 El modelo de reducción de daños e integración psicodélica (PHRI, de sus siglas en inglés), un enfoque transteórico de la terapia psicodélica propuesto por Gorman et al., enfatiza la autonomía del paciente y una visión compasiva en lugar de estigmatizante de las elecciones de los pacientes.9 Actualmente, el enfoque utilizado con mayor frecuencia en los entornos de terapia psicodélica integradora es una combinación de estas técnicas, por lo general más complejas que un solo enfoque tradicional, y persiguen los siguientes objetivos: ayudar a los pacientes a explorar qué experiencias podrían evitar, fomentar una mayor aceptación de la experiencia, cultivar el significado, identificar valores personales y comunitarios, navegar experiencias cumbre, y reflexionar sobre la importancia del “set y el setting”.10
Lo que puede hacer que estas técnicas de tercera generación sean especialmente adecuadas para los psicodélicos, en contraste con las anteriores terapias cognitivo-conductuales y el psicoanálisis, es su énfasis en la aceptación, la atención plena y la separación de la naturaleza narrativa del proceso mental, en lugar de “arreglar” el pensamiento aberrante o escudriñar el inconsciente.11 Los mismos psicodélicos parecen fomentar tal actitud en quien lleve a cabo la experiencia. Lo que estas terapias no aprovechan por completo, y lo que los psicodélicos, por otro lado, tienden a magnificar, es la naturaleza fundamentalmente relacional de la experiencia humana. Si las percepciones psicodélicas surgen con frecuencia de un cambio directo en la experiencia personal de las relaciones (ya sea con uno mismo, con el otro, con el entorno o con una deidad),12 entonces, ¿por qué no debería extenderse este carácter directo y explorarse a través de la propia relación terapéutica? Una terapia que imita a los psicodélicos de esta manera, al situar la intersubjetividad en el centro del proceso de tratamiento, es la psicoterapia relacional.
A pesar de su amplia variación en el enfoque, los métodos cognitivo-conductuales de tercera generación están unidos por un punto de vista común: un compromiso con lo que se puede llamar “psicología unipersonal”. Este término describe la presunción de un modelo individualista de mente y desarrollo, lo que da como resultado que el cambio psicoterapéutico se entienda como un proceso subjetivo esencialmente interno. Desde el punto de vista de las psicologías unipersonales, se entiende que los ‘otros’ clave de nuestro mundo —padres y psicoterapeutas, en este contexto— están fuera de los procesos de transformación, involucrados allí para facilitar (u obstaculizar) el cambio que es independiente de ellos. Este modelo central le debe mucho a Piaget y Freud, quienes sostuvieron que tenemos orígenes primordialmente asociales, psicológicamente introvertidos (es decir, narcisismo primario) y solo secundariamente, y mucho más tarde en el desarrollo, “nos acercamos” relacionalmente a los demás y al mundo. Es, en otras palabras, un modelo inherentemente individualista.13 Si bien este modelo persevera en la mayoría de la literatura psicológica y psicoterapéutica, implícitamente, si no explícitamente, se abandona cada vez más en favor de un modelo diferente, lo que podemos llamar el modelo relacional. Debido a que las psicologías unipersonales están arraigadas en ideas filosóficas y de desarrollo que han sido refutadas en gran medida, estamos viendo este cambio no solo en la psicología del desarrollo y el psicoanálisis, sino en una amplia gama de disciplinas, incluidas la filosofía, la ciencia cognitiva y la antropología. En los términos más simples, el modelo relacional es el inverso del modelo individualista. En lugar de comenzar como seres esencialmente introvertidos psicológicamente, y solo más tarde llegar a tener una experiencia interpersonal significativa recíproca con los demás y el mundo, el modelo relacional sostiene que desde el principio estamos sintonizados y recíprocamente relacionados con los demás. Cronológica, existencial y psicológicamente, una “intersubjetividad primaria” reemplaza a un “narcisismo primario”, lo que significa que después de la reversión, el énfasis cambia de lo que sucede dentro del individuo a lo que sucede entre las personas.14
En el contexto del desarrollo, el modelo relacional ha resurgido por una cantidad considerable de evidencia empírica.15-19 En el contexto de la psicoterapia, podemos verlo en el hallazgo clave frecuentemente citado de que la ‘alianza terapéutica’ es el mejor predictor del resultado terapéutico.2 El modelo relacional también resuena con ciertas críticas centrales y suposiciones de la tradición fenomenológica. Vemos, por ejemplo, una conexión clara con el reemplazo fundamental de Heidegger del dualismo sujeto-objeto con el “ser-en-el-mundo” que colapsa la separación y el “ser-con-(otros)”. De hecho, la tradición fenomenológica está gozando, no por casualidad, de un renacimiento en las disciplinas mencionadas anteriormente, y los teóricos relacionales a menudo la utilizan para desarrollar la imagen de la interrelación del yo y el otro.20-22
En términos de psicoterapia, lo más importante que resulta de esto es un movimiento de una “psicología unipersonal” a una “psicología bipersonal”. Hay un cambio del sujeto individual a la díada intersubjetiva, es decir, desde lo que sucede en el mundo mental del paciente hasta las interacciones relacionales y las experiencias intersubjetivas con el terapeuta. El enfoque transita desde tratar de cambiar o corregir pensamientos, comportamientos o emociones aberrantes o disfuncionales desde fuera del proceso hacia reparar heridas, ausencias o traumas relacionales desde dentro de la relación.
Si bien los psicoterapeutas relacionales no prescinden, de ninguna manera, de los pensamientos y sentimientos sobre eventos fuera de la relación terapéutica, tienen un interés particular en llevar la atención sobre lo que está sucediendo en el momento. Pueden decir cosas como: “Algo muy similar a lo que usted describe parece estar sucediendo entre nosotros ahora también. ¿Qué tal si miramos eso? o, “Parece que cada vez que hago esto, tú respondes de [tal y cual] manera…” para invitar al paciente a entrar en formas de diálogo intersubjetivo. La terapia relacional también alienta al terapeuta a revelar juiciosamente sus propios pensamientos o sentimientos sobre la relación por razones similares. Como resultado, el objetivo pasa de tratar de descubrir nuevas formas de pensar o comportarse, a desarrollar formas nuevas de relacionarse, más seguras y gratificantes.
Entonces, lo que puede hacer que la psicoterapia relacional sea especialmente adecuada para los psicodélicos es su énfasis en la conexión como terapia. Según el modelo relacional, la conexión es la base e impulso de la salud y el desarrollo psíquico, y el objetivo de la terapia relacional es esencialmente fomentar la conexión sin los obstáculos de la dinámica habitual. Mientras que los clientes aún interactúan con su yo ‘interno’, con un testigo presente, el enfoque principal se convierte en la relación activa con ese testigo.
La experiencia intersubjetiva positiva no solo impulsa la reorganización a nivel cognitivo, como lo demuestran los hallazgos de la neurobiología interpersonal,23 sino que también puede mejorar los beneficios percibidos de los psicodélicos. En su artículo sobre la communitas psicodélica, Kettner et al. encontraron que la experiencia intersubjetiva durante las sesiones grupales psicodélicas predice cambios duraderos en el bienestar psicológico y la conexión social. Es decir, “una relación positiva entre participantes y facilitadores” fue especialmente importante para mediar los aspectos de unión percibida y humanidad compartida que contribuyeron a estos cambios positivos.24
Estudios recientes sobre la neurobiología de los psicodélicos apuntan hacia la utilidad potencial de la terapia relacional también durante la integración: según los hallazgos del laboratorio del Prof. Gül Dölen en la Universidad Johns Hopkins, los psicodélicos pueden reabrir un período social crítico en ratones, cambiando su aprendizaje social mucho más allá de la dosis aguda.25 Esto la lleva a especular que la “ventana terapéutica” del cerebro puede estar abierta durante semanas, si no meses, después de una sesión psicodélica de alta dosis.26 En lugar de simplemente interpretar esta ventana como un período más largo para procesar la experiencia subjetiva, también podría interpretarse como un período más largo para probar las aguas de la exploración y/o reparación de la relación, aquí y ahora, con y a través del terapeuta. De hecho, desde una perspectiva relacional, las “soluciones rápidas” son difíciles de encontrar, y puede ser necesaria una psicoterapia más sostenida y consistente en la que surja el trabajo relacional. Además, los hallazgos de Dölen enfatizan que esta ventana terapéutica se relaciona específicamente con el aprendizaje de recompensa social, y que este aprendizaje solo puede modificarse en un entorno social.26 Con estos puntos en mente, la calidad de la alianza terapéutica, que incluye su potencial para facilitar el cambio cognitivo, puede tener un impacto significativo en los resultados del paciente después del tratamiento psicodélico.
Por estas razones, parece una oportunidad perdida que la integración psicodélica se centre solo en experiencias fuera de la relación terapéutica. Si bien es probable que las percepciones relacionales de la experiencia psicodélica solo se discutan en la mayoría de los entornos de TCC de tercera generación, el psicoterapeuta relacional tiene la oportunidad de crear un espacio no solo para hablar sobre la integración, sino también para poner en práctica esa integración en tiempo real. Como dice el dicho, “los psicodélicos castigan la evitación”. En ese sentido, un modelo relacional de terapia psicodélica también castiga la evitación, colocando la conexión humana al frente y en el centro del proceso integrador.
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